Tamerlán fue un conquistador, líder militar, político y último de los grandes conquistadores de Asia Central. Nació el 9 de abril de 1336 y murió el 17 de febrero de 1405. Hombre de origen turco y mongol que se apoderó millones de kilómetros de Eurasia. Es famoso por conquistar, reconquistar y arrasar ciudades por su paso. Fue respetado no sólo por su temple de guerrero, sino también como sanguinario adversario, su fama se extendió por Europa, donde sembró un reinado de terror, y lo más curioso es que no lo hizo durante su vida, sino también con su muerte al que se le responsabiliza desatar una maldición cientos de años después.
Su nombre completo fue Amir Timur Gorgan, se le atribuye arruinar ciudades milenarias, construir pirámides con cráneos humanos, torturar, esclavizar o enterrar vivas a millones de personas. Se enfrentó al imperio otomano, hordas mongolas y la China de la dinastía Ming. Su apodo de Tamerlán surgió como una adaptación de su mote, Timur-i-Lang: en persa, Timur El Cojo.
El inicio de su vida transcurrió entre el robo de ovejas y vacas hasta evolucionar y fulminar poblados enteros sin dejar más supervivientes que aquellos hombres que se unían a sus fuerzas. Empezó con cinco jinetes a su cargo y acabó liderando ejércitos de más de 200 000 hombres. De masacre en masacre Timur fue subiendo en el escalafón de mando de las tribus nómadas hasta autoproclamarse sucesor de su idolatrado Gengis Kan, sin embargo, nunca llegó a utilizar el título de kan o máximo gobernante pues prefirió seguir siendo emir con una serie de testaferros o gobernantes títere para hacer uso y abuso de su soberanía.
Prometía a sus enemigos que no derramaría su sangre si se rendían, acto que cumplía, el no derramar su sangre, sino que los enterraba vivos en grandes fosas comunes
En tres décadas dominó un territorio que se extendía desde Siberia hasta el Mar Mediterráneo. Su forma de entender la vida se resumía en el «estás conmigo o contra mí». Si las ciudades se rendían ante su intimidatoria presencia y entregaban los tributos solicitados, solía mostrarse magnánimo. En Bagdad lo que quedó tras su paso fueron grandes pirámides construidas con más de setenta mil cráneos humanos, tras probar su población el aguzado filo del sable mongol. A otros líderes los engañaba para que salieran de los recintos bajo la promesa de «no hacer sangre» para posteriormente enterrarlos.
Su fama bélica quedó plasmada en batallas y una de las más famosas fue la conquista de Delhi. Para defender su ciudad, el sultán hindú puso en juego su mejor arma: elefantes de guerra cubiertos de cota de malla para atemorizar a las hordas mongolas. Tamerlán, colocó heno en los lomos de sus camellos, les prendió fuego y azuzó a los animales para que se lanzaran contra los elefantes. El resultado fue una estampida de los paquidermos contra sus propias tropas. Destruidas sus defensas, la ciudad fue saqueada y reducida a cenizas.
Como capital de su imperio, Tamerlán eligió Samarcanda, la cual sobresalió por las ventas de especias exóticas, una armonizante arquitectura y la exportación de seda. Algunas fuente aseguran que en las ciudades destruidas perdonaba la vida a los sabios, artesanos, poetas y arquitectos, para ser enviados a Samarcanda para formar carrera artística.
Tras imponer su reino del terror, formó un harén con las mujeres e hijas de los rivales que iba derrocando, hasta acumular 18 esposas e innumerables concubinas. De cuyas fiestas sexuales egendró 34 hijos varones.
Cuando enfilaba hacia territorio chino para seguir ampliando su imperio, Timur murió por una fiebre a los 68 años de edad. Fue enterrado en Samarcanda, en el Mausoleo de Gur-e Amir (Tumba del Rey en persa), que sirvió de modelo para la arquitectura funeraria de la época. Según algunos historiadores, su manía genocida dejó 17 millones de muertos, el 5% de la población mundial en el siglo XIV. Pero, Tamerlán se guardó en la tumba un último logro póstumo: una oscura maldición.
"Cuando resucite de entre los muertos, el mundo temblará y quien perturbe mi tumba desatará un invasor más terrible que yo".
Era el epitafio grabado en su tumba.
El 20 de junio de 1941, el cuerpo embalsamado de Timur fue exhumado para su estudio, un equipo de arqueólogos soviéticos abrió la tumba del Gran Tamerlán en Samarcanda; el director de la expedición, Mijaíl Guerásimov, tenía un indudable prestigio por haber sido capaz de reconstruir un rostro a partir solamente del cráneo y Stalin le había encargado hacer lo mismo con el famoso caudillo mongol para comprobar si era o no descendiente de Gengis Khan, tal como se había autoproclamado.
Dos días después, sin previa declaración de guerra, Hitler dio comienzo a la Operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética. Tres millones de soldados alemanes se adentraron en territorio ruso en un avance incontenible hacia Moscú obligando al gobierno soviético a evacuar la capital dando inicio a la invasión alemana, que significó un duro golpe para las desprevenidas fuerzas rusas, que sufrieron fuertes bajas y perdieron grandes extensiones de territorio en poco tiempo. En febrero de 1943, tras los trabajos previstos, el cuerpo de Tamerlán fue enterrado de nuevo en su mausoleo siguiendo el correspondiente rito musulmán. Curiosamente, cuando los restos de Tamerlán volvieron a ser sepultados, en diciembre de 1942, el ejército alemán comenzó a sufrir simultáneamente una serie de reveses en tierra rusa, partiendo por la estrepitosa derrota de Stalingrado, batalla que decidiría definitivamente la suerte de los germanos en la Segunda Guerra Mundial.
Inevitablemente surgió la leyenda sobre cómo Tamerlán había podido cambiar el curso de la Segunda Guerra Mundial desde el más allá.
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